sobre el marmóreo aliento naranja.
En la claridad anegada de sueños,
el jadeo matutino despliega sonrojos soñolientos
que despereza la pasión succionada por la luz.
El rocío palpita los tañidos del día
y el deseo hurga la oscuridad asustada;
consagra su emoción sensual
en los pezones libados de luminiscencia.
Los escollos traslúcidos

ahuecan los brazos dispuestos para el encuentro.
El instinto menea las miradas candentes
y zozobran los gemidos en las bocas
mientras el silencio se prepara lascivo
para ocultar las ansias
de someter cada tiempo, cada sexo
a la inconstancia relativa del placer.
El sol va calumniando el deseo
y lo convierte en tortuosas caricias que abstiene y somete
en rítmicas evaporaciones de sudor sexual.
La siesta quejumbrosa de esplendores
hace eco de su pudor
en el lecho del horizonte.
En el instante abrupto de la cópula
juegan las llamas del crepúsculo
incendiando el sofoco enardecido de la cerrazón.
Los matices carnales se entrelazan
en amalgama de rojos ensangrentados.
(Curiosidad sonrojada de las estrellas ingenuas
que perfilan su sorpresa
en aleteos míticos de voluptuosidad erótica).
La noche y el día se funden en una génesis hipnótica.
Salvajes.
Acaba su flujo de candil el macho enérgico y agotado.
Entrega sus ganas a la oscuridad amanecida.
Y la explosión del uno,
la armonía de la pugna,
la secreción vacilante del tiempo que avanza tenebroso
estalla los colores en un orgasmo de claroscuros.
El día y la noche yacen unidos
por un instante en la ofrenda de la luz
en comunión de negruras
entre las tinieblas
de la hedónica polución del Universo.
Otra vez, nace el ocaso virgen
que volverá a entregar su castidad
en la hondonada de las sombras.
En la plenitud del éxtasis,
el sol descarga su pasión volcánica,
su sensualidad de luminarias
y se abandona a gozar la alianza
que difumina su oquedad de ébano
en la magnificencia de la noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario