RITOS ÍNTIMOS EN LA VOZ DE LA SACERDOTISA...

Rituales poéticos en la voz de la Sacerdotisa...

Ritos Íntimos en la voz de la Sacerdotisa...

Entero, mío, erecto...

Mensaje a los lectores de mi blog.

Estimados Lectores: Mi blog no contiene imágenes porque mi intención es rescatar la seducción de las palabras. La poesía erótica justamente y según mi opinión, predispone a la fantasía y a la imaginación de quien lee y de quien escucha, ya que el género lírico fue concebido para ser recitado. Si la contaminamos con imágenes, estaríamos cercenando esa idea esencial y el valor del verbo.
Por otro lado, se deduce que todo se puede decir; sin embargo, lo que importa es cómo se dice.
Un poema erótico no es la escritura de una serie de onomatopeyas que dibujan el encuentro sexual, el verdadero talento en este terreno consiste en poner esos sonidos tan excitantes en palabras, de tal forma que el cuerpo se sacuda.
Una vez más, les agradezco su presencia aquí.
Mónica

SOBRE EL EROTISMO EN LA LITERATURA.



 El erotismo de Juan Ramón Jiménez... 
 
... "Libro de amor"- El libro reúne 93 poemas, de ellos 25 totalmente inéditos. La publicación está escrita por el poeta en la soledad y el retiro de Moguer 



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Una imagen del poeta. (Foto: EL MUNDO) 


MADRID.- ¿Es importante la experiencia para un poeta? La mayoría de ellos piensan que sí, que es todo, junto a la memoria. De ello se deduce que Juan Ramón Jiménez para llegar a ser Premio Nobel y uno de los mejores del siglo XX, en su juventud tuvo que amar y desear intensamente, y lo deja patente en 'Libros de amor', un poemario inédito hasta ahora. 

Un nuevo libro del poeta de Moguer, publicado por Linteo y editado por José Antonio Expósito, que lleva años investigando en los archivos del escritor en Madrid y Puerto Rico y que muestra a un Juan Ramón muy desconocido, "nada platónico ni ensimismado, con un erotismo y una sexualidad muy explícitos, y con un atrevimiento y una osadía hasta ahora desconocidas", explica este editor, profesor y poeta. 

'Libros de amor', que se presenta la semana que viene en la Residencia de Estudiantes, reúne 93 poemas, de ellos 25 totalmente inéditos, escritos por el poeta en la soledad y el retiro de Moguer, entre 1911 y 1912, con treinta años, y a la vuelta de su estancia en un sanatorio en Francia y de otro de Madrid, en la clínica El Rosario, en la calle Príncipe de Vergara, donde entabló una más que relación con algunas de las novicias, de las hermanas de la Caridad; una de ellas, Pilar Ruberte, hasta tuvo que ser trasladada de convento por el "escándalo ocasionado". 

"Cuando huía, en un vuelo de tocas trastornadas/de la impetuosa voluntad de mi deseo/se refugiaba en un rincón, como una gata.../pero sus uñas eran más dulces que mis besos.../ Y en la proximidad ardiente del placer de su carne/ me incendiaba el olor de todos sus secretos...". 

Así de lujurioso y pasional se muestra Juan Ramón en este libro, pero esto es tan sólo una muestra, porque con sus alejandrinos llenos de música e intenso lirismo deja escritas las relaciones que tuvo con bastantes mujeres, unas muy desconocidas hasta ahora y otras más reconocidas en otros poemas, como la ayudante de cocina del sanatorio de Francia, Marie-Francoise Larrégle (Francina), de 17 años. 

¿Amor o sexo? 

Pero también está en el libro la relación que tuvo con la esposa del doctor Lalanne, Jeanne-Marie Roussié, quien le acogió en su sanatorio para reponerle de su melancolía y a quien después sintió haber traicionado. Una pasión que le llevó a tener que irse del hospital y a agrupar posteriormente los poemas bajo el epígrafe relación de "Lo feo". 

Y los llamó así porque, según Expósito, esta relación no era fruto de un hermoso idilio, sino sólo hija del deseo. Y dice así el poeta: "Ella ansiaba saciarse.../por si la vida no le daba el goce...honrado/Yo iba sólo por un afán de novedades...". 

El autor de 'Platero y yo' también mantuvo una relación con Louisa Grimm, casada con el señor Muriedas y descendiente de los hermanos Grimm. Esta mujer, apunta el editor, fue la que le abrió las puertas hacia la lírica inglesa, y también fue la antesala del camino que después consolidaría su gran amor, Zenobia Camprubí. 

Las jovencitas de Moguer? 

El premio Nobel de Literatura también tuvo amoríos en su juventud con jovencitas de Moguer, como queda plasmado en el libro por donde pasean Blanca Hernández Pinzón, Susana Almonte y Carmen Rasco. 

Amores o relaciones, todas ellas, que el propio Juan Ramón quiso publicar en un libro llamado 'Libros de amor', que incluso llevó a imprenta, a la editorial Renacimiento, en el otoño de 1913, pero ese verano conoció a Zenobia Camprubí y el poeta guardó el manuscrito en un cajón, para evitar que pudiera molestar o hacer daño a Zenobia, quien ya al leer 'Laberinto', el poemario que acababa de publicar Juan Ramón y donde incluía algún poema inspirado por alguna de estas relaciones, le dijo que no le había gustado nada. 

Hoy, 94 años después, aparece en Linteo, la colección que dirige Antonio Colinas, 'Libros de amor', con 25 poemas inéditos y con dibujos autógrafos del propio Juan Ramón Jiménez, así como textos manuscritos de algunos poemas y varias fotografías tanto del poeta como de las mujeres aludidas, también en su mayoría inéditas. 

FUENTE: "El Mundo" (España)


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MARIO VARGAS LLOSA

SIN EROTISMO NO HAY GRAN LITERATURA

"Digámoslo desde el principio: no hay gran literatura erótica, lo que hay es erotismo en grandes obras literarias. Una literatura especializada en erotismo y que no integre lo erótico dentro de un contexto vital es una literatura muy pobre. Un texto literario es más rico en la medida en que integra más niveles de experiencia. Si dentro de ese contexto el erotismo juega un papel primordial, se puede hablar verdaderamente de literatura erótica. 
           La Celestina, por ejemplo, es una obra maestra, probablemente la más importante de la literatura española después del Quijote. Decir que La Celestina es una obra erótica sería empobrecerla, porque aunque  es eso, también es muchas otras cosas: una obra de una gran riqueza  verbal, de una gran inteligencia en su construcción, que incluye muchas manifestaciones de la vida -la moral, la cultura, la psicología-, pero indudablemente el erotismo tiene en ella un papel primordial. 
           ¿Un ejemplo contemporáneo? Lolita, de Nabokov, una de las grandes novelas modernas. En ella el erotismo tiene un papel principal entre muchos otros ingredientes que juegan un papel similar dentro de una gran complejidad. Así es como se da en la vida la experiencia erótica. Una exaltación muy desembozada de la pulsión sexual, de la fantasía erótica, de los fantasmas, del derecho al placer. Todo eso está en Lolita, que, por otra parte, es una obra muy intelectual. El  mejor erotismo nunca está disociado de otras manifestaciones, que, además, lo enriquecen". 
           Erotismo y pornografía 
           "La frontera entre erotismo y pornografía sólo se puede definir en términos estéticos. Toda literatura que se refiere al placer sexual y que alcanza un determinado coeficiente estético puede ser llamada literatura erótica. Si se queda por debajo de ese mínimo que da categoría de obra artística a un texto, es pornografía. Si la materia importa más que la expresión, un texto podrá ser clínico o sociológico, pero no tendrá valor literario. El erotismo es un enriquecimiento del acto sexual y de todo lo que lo rodea gracias a la cultura, gracias a la forma estética. Lo erótico consiste en dotar al acto sexual de un decorado, de una teatralidad para, sin escamotear el placer y el sexo, añadirle una dimensión artística. 
           Ese tipo de literatura alcanzó su apogeo en el siglo XVIII. Los de ese siglo son grandes textos eróticos que a la vez son grandes textos artísticos. A esto habría que añadirle que en ellos hay una carga crítica que hoy se ha perdido. Los autores de esa época creían  que escribir de esa manera, reivindicar el placer sexual y darle al cuerpo ese tratamiento reverente era un acto de rebeldía, un desafío a lo establecido, al poder. Los escritores eróticos eran, pues, pensadores revolucionarios. Diderot, por ejemplo. O Mirabeau, que desde la prisión escribe a Sofía de Monnier cartas de un contenido sexual muy fuerte. Para él esos escritos forman parte de una lucha por la transformación humana, por la reforma social. El caso más extremo, sería el marqués de Sade, aunque no creo que de los textos de Sade pueda decirse que son de exaltación del placer erótico. Hay algo intelectual, obsesivo, casi fanático en sus demostraciones sexuales. 
Sea como fuere, el reconocimiento del derecho al placer es en el siglo XVIII un instrumento para conseguir un mundo mejor, más libre, más auténtico, menos hipócrita, un medio para liberar al individuo de las iglesias, de las convenciones. Eso no se vuelve a alcanzar. 
           El erotismo en el siglo XIX se convierte en un juego muy refinado. Y en el XX se banaliza, se vuelve superficial y previsible, se comercializa, en el peor sentido de la palabra. Ya no genera experimentación formal y pierde su carga crítica, salvo en casos excepcionales, como el de Bataille. Los escritos de Georges Bataille son profundamente revulsivos, muy desafiantes con las últimas convenciones. A la vez son más lúgubres y siniestros. Los suyos son más textos de perversión que de asunción del placer, pero es uno de los escritores modernos en los que el erotismo va acompañado de una gran audacia artística". 
           Liberalidad contra literatura 
           "La liberalidad de las costumbres, que es un progreso moral para la sociedad, ha jugado tradicionalmente en contra de la literatura erótica. Ha hecho que el erotismo pierda la carga de inconformismo, de desafío a la moral establecida que tenía cuando los de talante erótico eran libros para leer a escondidas, volúmenes que estaban en los infiernos de las bibliotecas, lo que les daba una aureola especial. Eso ha desaparecido y ha hecho que el erotismo se haya vuelto previsible, convencional, mecánico, es decir, que se haya degradado en pornografía. Hoy escribir un libro erótico es mucho más  difícil que en el pasado porque ya no es la censura lo que hay que flanquear, sino el escollo de la banalidad y del estereotipo. Hay una permisividad tal que todo es aceptable y aceptado. El efecto escandaloso ha desaparecido. Ahora hay un erotismo más de lujo, refinado, como un juego elegante. Un buen ejemplo de esto serían las obras de André Pieyre de Mandiargues, que son muy finas y están muy bien escritas, con un aliento poético un tanto surrealista pero de una carga sensual muy marcada, con una dosis de fantasía muy grande. Es lo contrario del malditismo buscado de Bataille, que pensaba que por ahí vendría una liberación del espíritu. En Mandiargues todo es juego, aunque sea de un alto nivel. 
           En el mundo de lengua española la literatura erótica como tal es casi inexistente. La hubo en el pasado, tal vez porque hubo también una tradición represiva muy grande. En la literatura moderna hay textos de una gran libertad de expresión, insolentes, hasta vulgares, pero el erotismo no es eso, sino que exige cierto refinamiento. El erotismo no es de sociedades primitivas. Requiere una evolución en las formas y una adquisición de grandes espacios de libertad para el individuo. Sólo en ese contexto la relación sexual se convierte en un juego, en un teatro, en una ceremonia, en unos ritos, y adquiere una connotación artística. El amor se practica entonces como un espectáculo rodeado de formas. Eso no se da en culturas muy represivas ni muy reprimidas, y por supuesto, no se da en sociedades primitivas. La tradición erótica presupone un elevado  nivel de civilización". 
           Biografía de lector 
           "Descubrí la literatura erótica cuando era estudiante universitario, de una manera casual. Conseguí un trabajo de ayudante de bibliotecario de un club social de Lima muy activo, el Club Nacional, el de la gente rica. Mi maestro de historia era el bibliotecario de ese club y me contrató como ayudante. Mi labor consistía en ir dos horas al día a fichar los libros que se adquirían. En esa época ya no se hacían muchas adquisiciones, así es que yo aprovechaba esas horas leyendo los libros de la biblioteca del club, que en el pasado había adquirido libros eróticos de gran calidad. Tenían la colección completa de Les Maîtres de l'Amour (Los Maestros del Amor), una colección que dirigió en Francia Apollinaire, con muchos libros prologados por él mismo, a veces de una manera muy erudita, siempre muy irónica. Allí descubrí la tradición erótica al más alto nivel literario: Sade, Restif de la Bretonne, John Cleland, el autor de Fanny Hill, Sacher-MasochCasanova, por supuesto, allí estaban los tres tomos de sus memorias... Estaban todos. Durante un tiempo, y de una forma un tanto inocente, pensé que ahí estaba la verdadera revolución, que en ese tipo de literatura se estaba gestando una transformación  profunda de la sociedad, de la moral, del individuo. Era una idea bastante ingenua de los poderes de la literatura erótica. Descubrí, no obstante, una veta riquísima. Había, por ejemplo, unos tomos con una selección de los cuentos más eróticos de Las mil y una noches
           La colección era muy interesante porque reunía grandes textos eróticos y además daba una perspectiva erótica para acercarse a la literatura en general. Durante un tiempo leí esos libros con gran pasión. Después supongo que descubrí su gran limitación: la monotonía. La relación sexual enriquece extraordinariamente la vida, pero es limitada. Por más inteligencia que se ponga en renovarla, siempre transcurre en un marco determinado. Y eso da a los textos que son sólo eróticos una gran monotonía, los hace caer en la rutina de lo previsible. Por eso el mejor erotismo es el que aparece en obras que no son sólo eróticas, aquéllas en las que lo erótico es un ingrediente dentro de un mundo diverso y complejo. Y eso nos lleva, de nuevo, a la gran literatura. De ahí que pueda decirse que sin erotismo raramente hay gran literatura. Y al revés, una literatura que es sólo erótica difícilmente llega a ser grande". 
           Una antología espontánea 
           "Un texto que sólo es erótico resulta muy poco convincente porque pierde vitalidad. Como la vida no es sólo sexo, un texto en el que la vida no es otra cosa, termina siendo muy artificial y postizo, un juego lúdico disociado de la experiencia vivida convertido muchas veces en un artificio intelectual. No es ése el erotismo que me seduce y estimula. En cambio, para mí es muy difícil que haya una gran novela en la que no haya páginas de una alta intensidad sexual. 
           Recuerdo novelas de las que no se podría decir que son eróticas, pero en las que hay episodios de una carga erótica tal que se han convertido en el cráter de esas novelas, en la imagen que las sintetiza. Por ejemplo, en Esplendor y miseria de cortesanas, de Balzac, hay un viaje en diligencia con dos personajes, una pasajera y un joven que viaja frente a ella. Las irregularidades del terreno precipitan a unos pasajeros contra otros, y el joven siente de repente el roce de las rodillas de la pasajera. Es una descripción maravillosa. De esa novela no se me olvidará nunca el roce en esa clandestinidad nerviosa. Esos fogonazos eróticos dentro de una historia tienen para mí una importancia capital. Un relato sin esas apariciones de lo sensual no alcanza nunca la grandeza de las novelas que incorporan esa experiencia. Lo mismo pasa en el Quijote con la escena de Maritornes, en la que hay un erotismo muy rico, aunque esté atenuado por el humor y por el sarcasmo. Tal vez porque era la única manera de pasar la censura. Jaime Gil de Biedma contaba que de joven había tenido una gran inflamación erótica con esa escena. 
           Siempre he tenido la idea de hacer una antología del erotismo no buscado, no deliberado. Es un proyecto que me sigue dando vueltas.  Sería algo así como la antología del humor negro de André Breton o la antología de lo fantástico de Roger Caillois. Se podría hacer una selección preciosa con textos eróticos procedentes de libros que no sólo no son eróticos sino que difícilmente podrían concebirse como eróticos, por ejemplo, algunos textos religiosos, los místicos.
           Muchas cosas de San Juan de la Cruz pueden leerse en clave erótica. Si uno los lee con un espíritu laico le pueden inflamar extraordinariamente. Lo mismo podría decirse del Cantar de los cantares. De hecho, el misticismo ha estado siempre muy cerca del erotismo. Recuerdo, a propósito, San Genet, comediante y mártir, un ensayo en el que Sartre compara, de un modo muy convincente, textos de Genet con textos místicos.
Otro fragmento de antología es el comienzo de Moby Dick, una de mis novelas de cabecera. En esas páginas hay una relación extraña entre dos personajes masculinos, un indio y el narrador, que duermen juntos en una casa. Aparentemente todo es muy puro, sin sombra de 
erotismo, pero un lector malicioso, y todos lo somos, puede encontrar extraordinariamente extraña la convivencia de estos dos personajes, que establecen una especie de fraternidad carnal, aunque no se mencione ni por asomo la posibilidad de una relación homosexual. Otra muestra: la carga erótica del monólogo de Molly Bloom, en el Ulises de Joyce. Son unas páginas de una fuerza etraordinaria por la increíble sensualidad de Molly, que impregna todo el monólogo de una especie de vaho seminal. Una lectura 'malintencionada' podría dar una maravillosa antología del erotismo no buscado, aislando textos, igual que en esos libros de arte que reproducen fragmentos de obras concretas". 
                  Un canon personal
             "En mi canon personal de la literatura erótica entendida en el sentido tradicional estarían, entre los textos clásicos, el Decamerón de Bocaccio, que tiene algunas historias muy ingeniosas y divertidas. Más tarde, Fanny Hill, de John Cleland, y Memorias de una cantante alemana, de Wilhelmine Shroeder-Devrient. El marqués de Sade, por supuesto: la historia de Justine quizá sea la más compacta y ordenada. De Restif de la Bretonne, El pie de Mignonne (el pie de la bonita, de la chica bonita, podría traducirse), una novela absolutamente deliciosa en la que los personajes se enamoran de la protagonista exclusivamente a través de su pie. Es una novela fetichista con un humor que le da mucha gracia. Dentro de la literatura más moderna, Bataille, desde luego. ¿Qué libro de Bataille? La historia del ojo. Es la más novela, la que tiene mejor tejido narrativo, aunque en ocasiones el exceso de perversión la desvitalice un poco y la vuelva un tanto intelectual. Es, no ostante, un libro excelente. En esa lista estaría también Sacher- Masoch y La Venus de las pieles. Los trópicos de Miller, el de Capricornio y el de Cáncer. El cuaderno negro de Lawrence Durrell,  aunque es de un erotismo un poco siniestro, pero muy bello. Se trata, además, de un acto de gran coraje y de un exhibicionismo bastante audaz. Dentro de la literatura española lo más interesante son ciertos capítulos del Tirant lo Blanc, escritos con extraordinaria gracia y talento: las historias de la princesa Carmesina y sus juegos con Plaerdemavida. Todas las escenas de alcoba del Tirant son obras maestras de la literatura erótica. Y, por supuesto, La Celestina. Y La lozana andaluza, un libro muy divertido, de una libertad insólita para la época en cuestiones de sexo, aunque por momentos haya un exceso de vulgaridad. Para mí ese exceso en un texto erótico lo hace irreal, lo convierte en un juego verbal. 
           Hay un autor, por último, que habría que citar: Roger Vailland, que trabajó con Roger Vadim, el director de Y Dios creó a la mujer, la película de Brigitte Bardot... Vailland escribió algunas novelas que no tiene demasiado interés, pero sobre todo escribió La mirada fría, un ensayo sobre erotismo que lleva un epígrafe de Sade que dice: 'Y él lanzó sobre mí la mirada fría del perfecto libertino'. Es un libro muy interesante en el que sostiene que para que haya erotismo tiene que haber represión, que la libertad y el erotismo están reñidos. Dice que las muchachas del siglo XVIII han pasado a la historia de la civilización como las más eróticas. ¿Por qué? Porque estaban educadas en los conventos, y los conventos, a través de sus  prohibiciones y de sus obsesiones, creaban una curiosidad y unos tabúes que eran los mayores fermentos para la imaginación. Vailland dice que sin la Iglesia católica no hubiera sido posible el erotismo. Por una parte creó las prohibiciones y, por otra, creó un entorno, un ceremonial que le ha suministrado al erotismo su instrumental más rico y novedoso". 
           Elogio de la madrastra
     "Elogio de la madrastra es un juego con muchas alusiones a las imágenes eróticas de la pintura. Para mí escribir esa novela fue un experimento divertido que me permitió emplear un lenguaje muy rico y preciosista que no utilizo jamás en mis obras, en las que el lenguaje es muy funcional, siempre en relación con lo que quiero contar. En el Elogio había un juego formal que permitía contar la historia con un lenguaje rebuscado, muy poco realista. En Los cuadernos de Don Rigoberto, sin embargo, el erotismo es más intelectual. Hay juego, pero en menor medida que en Elogio de la madrastra. Allí el lenguaje ya no es el mismo, no podía serlo. La historia tenía más pretensiones realistas y el lenguaje es, no diré más crudo, pero sí que está menos presente. En el Elogio el lenguaje  es casi un espectáculo por sí mismo, una presencia que se interpone entre el lector y la historia". 
           Placer frío 
           "Últimamente ha cobrado gran fama La vida sexual de Catherine M., de Catherine Millet, pero en este caso no se trata de erotismo. Es un libro muy interesante, pero no erótico, sino profundamente intelectual, una especie de autoexamen, casi una autoautopsia de la vida íntima de la autora. Yo no recuerdo haber leído una sola página de ese libro sintiendo que ahí había un estímulo sexual. Se trata, eso sí, de una experiencia insólita: la de una persona que cuenta con total desenvoltura la historia de una sexualidad desenfrenada. Lo más sorprendente del libro es, con todo, la frialdad con que ella expone esa experiencia. Aunque la población de los fantasmas personales es infinita, no creo que ese libro pueda inflamar sexualmente a nadie. Un libro erótico, a la vez que produce un placer estético, es un libro que tiene también que hacer las veces de un afrodisíaco. Si no te crea una sensación de entusiasmo y de apetito sexual no termina de cumplir enteramente su función".
           Testimonios recogidos por Javier Rodríguez Marcos.



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Sobre la producción literaria erótica:

Se trata, por tanto, de dejar hablar a la experiencia erótica, de liberarla del silencio, de incorporarla a la esfera pública y literaria, y qué mejor manera de hacerlo sino escuchando y disfrutando, como en este seminario, de la literatura erótica. Si el erotismo es tal vez una de nuestras emociones más intensas -"en la medida en que nuestra existencia se hace presente bajo la forma de lenguaje" no es lógico que hagamos como si no existiera.
Quizá tanto silencio y marginación de lo erótico sólo sea consecuencia del miedo: "el hombre es un animal que ante la muerte y ante la unión sexual queda desconcertado, sobrecogido", afirma Georges Bataille. Pero el miedo también se supera y si el hombre ha sido capaz de articular la muerte y convertirla en materia discursiva, sin que por ello haya sido censurado, ¿por qué no podemos hablar de lo erótico y sexual sin que por ello seamos calificados de obscenos? El miedo no está en las palabras, reside en la mente del que lee y escucha y se escandaliza.


Ángeles Mateo del Pino.
Titular de Literatura Hispanoamericana.
Facultad de Filología.
Universidad de Las Palmas. Gran Canaria

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“La poesía conduce al mismo punto que cada forma del erotismo, a la indistinción, a la confusión de los objetos distintos. Nos conduce a la eternidad, nos conduce a la muerte, y por la muerte, a la continuidad: la poesía es la eternidad. Es la mar ida con el sol.”
                                                       
                                                Georges Bataille, El erotismo

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La mujer en los veinte poemas (Neruda) es un ser evidentemente carnal, capaz de proporcionar gozosas experiencias sensuales; como en el poema número nueve, pero, también, puede transformarse en una potencia cósmica derribadora de límites que configura todo el universo del poeta, y aún más, en un escudo, un refugio contra la angustia y el dolor que tan fuertemente asedian el corazón del lírico, para asumir, finalmente, en muchos momentos, el papel de un instrumento, de un arma de revelación de lo inteligible.






Mario Rodríguez Fernández

Prof. De la Universidad de Chile


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(...)
Cuando se quiebran los límites, prestamos, si hace falta, la forma de un objeto. Nos esforzamos en considerarla un objeto. Con nuestras solas fuerzas, sólo obligados, en los estertores de la muerte, llegamos hasta el extremo. Y siempre buscamos el modo de engañarnos, nos esforzamos en acceder a la perspectiva de la continuidad que supone el límite franqueado, sin salir de los límites de esta vida discontinua. Queremos acceder al más allá sin tomar una decisión, manteniéndonos prudentemente más acá. No podemos concebir nada, imaginar nada, como no sea en los límites de nuestra vida, más allá de los cuales nos parece que todo se borra. Más allá de la muerte, en efecto, comienza lo inconcebible, que de ordinario no tenemos el valor de afrontar. Y, sin embargo, lo inconcebible es la expresión de nuestra impotencia. Lo sabemos, la muerte no borra nada, deja intacta la totalidad del ser, pero no podemos concebir la continuidad del ser en su conjunto a partir de nuestra muerte, a partir de lo que muere en nosotros. De ese ser que muere en nosotros, no aceptamos sus límites. Esos límites queremos franquearlos a cualquier precio; pero al mismo tiempo habríamos querido excederlos y mantenerlos.
En el momento de dar el paso, el deseo nos arroja fuera de nosotros; ya no podemos más, y el movimiento que nos lleva exigiría que nosotros nos quebrásemos. Pero, puesto que el objeto del deseo nos desborda, nos liga a la vida desbordada por el deseo. ¡Qué dulce es quedarse en el deseo de exceder, sin llegar hasta el extremo, sin dar el paso! ¡Qué dulce es quedarse largamente ante el objeto de ese deseo, manteniéndonos en vida en el deseo, en lugar de morir yendo hasta el extremo, cediendo al exceso de violencia del deseo! Sabemos que la posesión de ese objeto que nos quema es imposible. Una de dos: o bien el deseo nos consumirá, o bien su objeto dejará de quemarnos. No lo poseemos más que con una condición: la de que, poco a poco, se aplaque el deseo que nos produce. ¡Pero antes la muerte del deseo que nuestra propia muerte! Nosotros nos satisfacemos con una ilusión. La posesión de su objeto nos dará sin que muramos el sentimiento de llegar al extremo de nuestro deseo. No solamente renunciamos a morir: anexamos el objeto al deseo, cuando en verdad el deseo era de morir; anexamos el objeto a nuestra vida duradera. Enriquecemos nuestra vida en lugar de perderla.
En la posesión se acentúa el aspecto objetivo de lo que nos había llevado a salir de nuestros límites. El objeto que la prostitución designa para el deseo (en sí, la prostitución no es otra cosa que el hecho de ofrecer al deseo), pero que nos oculta en la degradación (si la baja prostitución hace de él una basura), se ofrece para ser poseído como un bello objeto. La belleza es su sentido. Constituye su valor. En efecto, la belleza es, en el objeto, lo que lo designa para el deseo. Esto es así en particular si el deseo, en el objeto, apunta menos a la respuesta inmediata (a la posibilidad de exceder nuestros límites) que la larga y tranquila posesión.


Bataille, Georges: El Erotismo
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