Dejaste escapar tu grito
desde el centro de tu pecho lloroso de espinas
y grabaste en mis oídos tus pasos
caminados tantas veces en el desierto de las lágrimas.
II
Tu sufrimiento fue la misma vasija rota
en mil pedazos informes
que derramó la lluvia cuando atardecía en la vereda
de aquella casa que aún no había sido construida.
Y tu mirada oscurecida
era la misma noche.
Inquietante noche
lóbrega
cenicienta noche
donde dos corazones comenzaban a latir
en un solo embrión de caricias.
III
Y mi desatino,
mi precoz osadía
mi creencia endiosada
cortó el hilo de la cometa que volaba a través
de unas nubes que apenas tocaban
el cielo huidizo,
inventando piruetas en la historia de dos extraños.
En sus cálices,
tu llanto lavó mi extremo
y supe, abiertamente…
supe de qué estabas hecho,
que los hombres
(pese a los conjuros de las igualdades
a las consignas
y a las reglas)
supe que los hombres
hombres de carne y hueso
duelen tanto como cuando se nos nace un hijo
en el laberinto claroscuro de un parto en silencio.
IV
Y pensé, entonces,
que la necedad en la que confiaba
por ser una más de las mujeres dolidas
traicionó mis amaneceres luminosos
donde podía cobijar tus aguas
y convertir aquella vasija
en el cofre de donde surgiera
tu arco iris abrillantado de tristeza.
V
Y volví a saber
a experimentar
a rescatar
el valor de asumir las consecuencias
justo cuando ya no tuve tiempo de recoger tus gotas
y enjugarlas entre las mías.
1 comentario:
"de un parto en silencio"
besosssssss
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