I
No hay tiempo para controlar el ritmo.
No hay espacio para que las ondulaciones
de nuestros cuerpos
quepan firmes en la agonía de una coalición de susurros.
Tu boca exánime gime mis latidos
desde la armonía cadenciosa
de la frenética agitación sexual.
El descontrol es cruel:
Las hondonadas se ahuecan en su máxima profundidad
y las espirales de sílabas incompletas
expulsan quejidos mustios
confundidos con mil lenguas milenarias satánicas.
II
Vos y yo clamamos en cada entrega
un solo grito
mascullando el derroche de palabras nuevas
en la animal embestida de nuestros sentidos,
del sexo consentido voluntario
del placer
del orgasmo
cabalgando las orillas de un extenuante precipicio
que promueve la reiteración del acto.
Con las bocas y las lenguas secas
y la perdición absoluta de la coherencia:
en cada contacto visceral
que choca las entrañas
y recrudece en la locura.
III
En tanto, la voz se esfuerza por emitir
un solo vocablo que encubra las frases completas
cuando las letras zozobran en la garganta
y paren un milagroso suspiro de hedónica sabiduría.
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