Ritos Íntimos®©
Ritos Íntimos®©
Poesía erótica, sensual, intimista. Poesía amatoria, intensamente femenina.
SOBRE RITOS ÍNTIMOS...
RITOS ÍNTIMOS EN LA VOZ DE LA SACERDOTISA...
Rituales poéticos en la voz de la Sacerdotisa...
Ritos Íntimos en la voz de la Sacerdotisa...
Entero, mío, erecto...
Mensaje a los lectores de mi blog.
Estimados Lectores: Mi blog no contiene imágenes porque mi intención es rescatar la seducción de las palabras. La poesía erótica justamente y según mi opinión, predispone a la fantasía y a la imaginación de quien lee y de quien escucha, ya que el género lírico fue concebido para ser recitado. Si la contaminamos con imágenes, estaríamos cercenando esa idea esencial y el valor del verbo.
Por otro lado, se deduce que todo se puede decir; sin embargo, lo que importa es cómo se dice.
Un poema erótico no es la escritura de una serie de onomatopeyas que dibujan el encuentro sexual, el verdadero talento en este terreno consiste en poner esos sonidos tan excitantes en palabras, de tal forma que el cuerpo se sacuda.
Una vez más, les agradezco su presencia aquí.
Mónica
jueves, 9 de enero de 2014
viernes, 27 de septiembre de 2013
Ritos Íntimos®©
A mis lectores y seguidores: En este link que a continuación pego, vas a encontrar y a escuchar a un grupo de música que llamaría trascendente, porque el talento y creatividad que congregó a sus autores: Yan Adrover y Los Cuerpos Celestes es verdaderamente de excelencia.
A mis lectores y seguidores: En este link que a continuación pego, vas a encontrar y a escuchar a un grupo de música que llamaría trascendente, porque el talento y creatividad que congregó a sus autores: Yan Adrover y Los Cuerpos Celestes es verdaderamente de excelencia.
Te pido que los escuches y que promociones su obra, compartiendo con tus contactos, familia y amigos. La intención no es otra que la difusión del arte, evitando los intermediarios que se quedan con un alto porcentaje de lo que realmente merecen.
Muchas gracias.
HAYUNRIO... ESPERÁNDOTE...
domingo, 24 de marzo de 2013
¡NECESITAMOS DE TU GENEROSO APORTE!
Hola.
El proyecto Astrolabium ya está presentado en la plataforma de crowdfunding Ulule.
Este proyecto busca ser un referente en el ámbito de la cultura de habla hispana, teniendo como señas de identidad la calidad y el prestigio.
Es por ello que necesitamos tu aportación y la de tus contactos para conseguir hacer realidad el sueño de convertirnos en ese referente indiscutible.
Ayúdanos y te puedo garantizar que no te arrepentirás.
El enlace para visitar el proyecto y realizar una aportación es
REVISTA DE CULTURA "ASTROLABIUM"
El registro en Ulule es muy sencillo y el pago puedes realizarlo mediante tarjeta de crédito o débito, por paypal o por cheque.
Muchas gracias y un saludo.
Equipo directivo de Revista de Cultura "Astrolabium"
jueves, 21 de marzo de 2013
21 de marzo de 2013: DÍA MUNDIAL DE LA POESÍA
Un cuerpo
y otro
y otro
un cuerpo que se sube a otro
que desanda el deseo de otro
mientras en el vértice de la cama
serpentea la luz
que nos encaja como un todo.
Salivas y cuerpos y manos
lenguas
ojos
labios
boca
pene
sellos
gritos
oquedad de humo y rocío
silencio
La poesía intenta
una cabalgata de letras
que difumina el amor
en dos sílabas
de sexo.
y otro
y otro
un cuerpo que se sube a otro
que desanda el deseo de otro
mientras en el vértice de la cama
serpentea la luz
que nos encaja como un todo.
Salivas y cuerpos y manos
lenguas
ojos
labios
boca
pene
sellos
gritos
oquedad de humo y rocío
silencio
La poesía intenta
una cabalgata de letras
que difumina el amor
en dos sílabas
de sexo.
viernes, 18 de enero de 2013
domingo, 6 de enero de 2013
OCASO
Despierta su espalda interrogante
sobre el marmóreo aliento naranja.
En la claridad anegada de sueños,
el jadeo matutino despliega sonrojos soñolientos
que despereza la pasión succionada por la luz.
El rocío palpita los tañidos del día
y el deseo hurga la oscuridad asustada;
consagra su emoción sensual
en los pezones libados de luminiscencia.
Los escollos traslúcidos
de la ceguera amanecida de sol
ahuecan los brazos dispuestos para el encuentro.
El instinto menea las miradas candentes
y zozobran los gemidos en las bocas
mientras el silencio se prepara lascivo
para ocultar las ansias
de someter cada tiempo, cada sexo
a la inconstancia relativa del placer.
El sol va calumniando el deseo
y lo convierte en tortuosas caricias que abstiene y somete
en rítmicas evaporaciones de sudor sexual.
La siesta quejumbrosa de esplendores
hace eco de su pudor
en el lecho del horizonte.
En el instante abrupto de la cópula
juegan las llamas del crepúsculo
incendiando el sofoco enardecido de la cerrazón.
Los matices carnales se entrelazan
en amalgama de rojos ensangrentados.
(Curiosidad sonrojada de las estrellas ingenuas
que perfilan su sorpresa
en aleteos míticos de voluptuosidad erótica).
La noche y el día se funden en una génesis hipnótica.
Salvajes.
Acaba su flujo de candil el macho enérgico y agotado.
Entrega sus ganas a la oscuridad amanecida.
Y la explosión del uno,
la armonía de la pugna,
la secreción vacilante del tiempo que avanza tenebroso
estalla los colores en un orgasmo de claroscuros.
El día y la noche yacen unidos
por un instante en la ofrenda de la luz
en comunión de negruras
entre las tinieblas
de la hedónica polución del Universo.
Otra vez, nace el ocaso virgen
que volverá a entregar su castidad
en la hondonada de las sombras.
En la plenitud del éxtasis,
el sol descarga su pasión volcánica,
su sensualidad de luminarias
y se abandona a gozar la alianza
que difumina su oquedad de ébano
en la magnificencia de la noche.
sobre el marmóreo aliento naranja.
En la claridad anegada de sueños,
el jadeo matutino despliega sonrojos soñolientos
que despereza la pasión succionada por la luz.
El rocío palpita los tañidos del día
y el deseo hurga la oscuridad asustada;
consagra su emoción sensual
en los pezones libados de luminiscencia.
Los escollos traslúcidos
de la ceguera amanecida de sol
ahuecan los brazos dispuestos para el encuentro.
El instinto menea las miradas candentes
y zozobran los gemidos en las bocas
mientras el silencio se prepara lascivo
para ocultar las ansias
de someter cada tiempo, cada sexo
a la inconstancia relativa del placer.
El sol va calumniando el deseo
y lo convierte en tortuosas caricias que abstiene y somete
en rítmicas evaporaciones de sudor sexual.
La siesta quejumbrosa de esplendores
hace eco de su pudor
en el lecho del horizonte.
En el instante abrupto de la cópula
juegan las llamas del crepúsculo
incendiando el sofoco enardecido de la cerrazón.
Los matices carnales se entrelazan
en amalgama de rojos ensangrentados.
(Curiosidad sonrojada de las estrellas ingenuas
que perfilan su sorpresa
en aleteos míticos de voluptuosidad erótica).
La noche y el día se funden en una génesis hipnótica.
Salvajes.
Acaba su flujo de candil el macho enérgico y agotado.
Entrega sus ganas a la oscuridad amanecida.
Y la explosión del uno,
la armonía de la pugna,
la secreción vacilante del tiempo que avanza tenebroso
estalla los colores en un orgasmo de claroscuros.
El día y la noche yacen unidos
por un instante en la ofrenda de la luz
en comunión de negruras
entre las tinieblas
de la hedónica polución del Universo.
Otra vez, nace el ocaso virgen
que volverá a entregar su castidad
en la hondonada de las sombras.
En la plenitud del éxtasis,
el sol descarga su pasión volcánica,
su sensualidad de luminarias
y se abandona a gozar la alianza
que difumina su oquedad de ébano
en la magnificencia de la noche.
sábado, 29 de diciembre de 2012
domingo, 23 de diciembre de 2012
domingo, 16 de diciembre de 2012
Observaba
plácida pasar la Vida ,
sin apuros, ni
miedos
con una
cansada conciencia
de que se
iría, lenta y segura, algún día.
Miraba a lo
lejos,
olvidando los
secretos
que se forman
tácitos
en un formal y
adulto resquicio.
No pretendía
encontrarme ni encontrar.
Ya las cartas
estaban echadas
y los años
enjutos
se cernían en
una caravana de desaciertos.
Y te descubrí.
Te dejé
quererme.
Y me
enseñaste.
No hay nada
preescrito.
No hay nada
previsto,
ni siquiera
ordenado o intuido.
Desempañé la
tristeza,
acumulé mis
lágrimas en el cuenco de mis manos
para
guardarlas en un cofre de nácar
como ofrenda
al amor de antaño que dolía y quebraba…
Y volví a
sucumbir a mi estado de mujer,
a perdurar el
amor entre los pliegues de nuestros tiempos,
en la cornisa
de nuestros pasados,
estallando la
luz entre las tinieblas
de un torrente
de prodigios y quimeras…
Y ahí,
en el cuenco
de tus manos que abrazaban las mías,
entre tus
brazos fuertes
que sobornaban
mis miedos
Fui feliz.
Feliz.
Con una
felicidad que secó las lágrimas oceánicas.
Que
erigió nuestro altar al asilo del Amor
para libar los
besos
en los labios
de un hombre y una mujer
que volvían
del ayer
(jaula dorada
de aquellos tiempos)
para caminar
sobre los pasos desandados
y juntos,
esperar.
Esperar…
El tiempo que
nos purifica,
La soledad que
se desvanece.
Los pasos
cansados que se agitan…
Entonces, otra
vez,
el destino
ofreció su sentido
y conmovió al
Amor
por un
Nosotros mágico y cierto.
Y desde tu
dulzura y tu calidez
te fuiste
incrustando en mis paredes
con el pico
invisible de la ternura,
y las
derrumbaste,
(sólidamente
caídas)
para levantar
de esos escombros
un castillo
férreo,
un sueño real,
una nueva
conjunción de almas:
un vos y yo
infinitos.
viernes, 12 de octubre de 2012
martes, 18 de septiembre de 2012
domingo, 1 de julio de 2012
lunes, 25 de junio de 2012
El musgo gris
que cubría mis heridas
yace seco sobre la lápida
marmórea
de aquel recuerdo.
Aquel velo húmedo
que delataba oscuridad tras mis ojos
se ha vuelto transparencia
en mis mañanas.
Otra vez el portal se ha
abierto
y escucho tintineos,
latiendo al compás de un
nuevo sueño.
Aquella vorágine de
sentimientos
lacerados, inciertos,
vagan a los lejos como una
sombra
que con el arrullo de la
memoria
se va desvaneciendo.
Nuevamente,
laberintos, encrucijadas,
candiles señalan el
sendero:
jirones náufragos del
olvido,
cadencias y marañas
explotan en el arcoiris de
la vida.
Ritos Íntimos®©
martes, 24 de abril de 2012
sábado, 21 de abril de 2012
miércoles, 21 de marzo de 2012
21 DE MARZO: DÍA MUNDIAL DE LA POESÍA.
en el
santuario lúbrico de mi carne
donde late
incontinente la sangre profana,
el rijoso
tropel del género
late
caliente
dogmatizando
la palabra
donde se
verbaliza el sueño genésico
el vicio
del sudor se ahoga en sensual
rítmico vaivén
de pieles
orificios
saliva
jadeo
aliento entrecortado,
que huele a
deseo vaginal
desierto
y ama,
despavoridamente, un coito
indecente
en la
voluptuosa creación del grito
enardecido
por la muerte del instante,
desgrana,
seminal y caótico
el orgasmo
que destierra
la entrega
templaria de los tiempos
en el
punto, en la unión, en la humedad
en la
vascular erección de la conciencia
en el
sacerdocio de los cuerpos
se disemina
se
fecundiza
se abre de
piernas
y en la
vorágine del culto
(multípara
religión
sedienta y
sideral)
Eros copula
un poema
Ritos Íntimos®©
jueves, 8 de marzo de 2012
Mujer...
Soy sencilla pero no común... soy una hembra que le peleó a la Vida y a la Muerte misma, cuerpo a cuerpo, aun en el mismo instante de parir y dar otra vida...
Soy una hembra que ofreció sus pechos para prodigar el sustento a las generaciones...
Soy una hembra que amó a varios hombres, que desamó, que lloró, que se partió pero que siguió caminando...
Una hembra que abrió sus piernas para complacerse en el mágico encuentro de los géneros, que se desarmó en un grito orgásmico y que después, escondida, lloró por la magnificencia del macho...
Una mujer, dicen que soy, pero yo digo que soy una hembra.
Una hembra que ilumina la existencia de la oscuridad y que no se rinde, porque cree que el amor le va a tocar un día su puerta y que entonces no sólo sus piernas se abrirán para el gozo íntimo sino que podrá surcar entre sus brazos a algún dolorido pecho de ese hombre que quiera acostarse sobre ella en la inconmensurabilidad de su alma y de sus deseos...
Soy una mujer pero antes, soy una hembra...
Ritos Íntimos®©
Soy sencilla pero no común... soy una hembra que le peleó a la Vida y a la Muerte misma, cuerpo a cuerpo, aun en el mismo instante de parir y dar otra vida...
Soy una hembra que ofreció sus pechos para prodigar el sustento a las generaciones...
Soy una hembra que amó a varios hombres, que desamó, que lloró, que se partió pero que siguió caminando...
Una hembra que abrió sus piernas para complacerse en el mágico encuentro de los géneros, que se desarmó en un grito orgásmico y que después, escondida, lloró por la magnificencia del macho...
Una mujer, dicen que soy, pero yo digo que soy una hembra.
Una hembra que ilumina la existencia de la oscuridad y que no se rinde, porque cree que el amor le va a tocar un día su puerta y que entonces no sólo sus piernas se abrirán para el gozo íntimo sino que podrá surcar entre sus brazos a algún dolorido pecho de ese hombre que quiera acostarse sobre ella en la inconmensurabilidad de su alma y de sus deseos...
Soy una mujer pero antes, soy una hembra...
Ritos Íntimos®©
lunes, 6 de febrero de 2012
salgo a las ráfagas de la noche
a hilar la llovizna de mis ojos,
me duele el paisaje que no veo
del horizonte
enhebro las cenizas de mi tristeza
mientras descalza memorizo
un instante que se consumió
antes de la madrugada
deshojo un amor que perdí
en un llanto y otro y otro
ya no vuelvo a imaginar tu rostro
ni tus manos
enterré tu recuerdo
en una tumba sin nombre
Ritos Íntimos®©
a hilar la llovizna de mis ojos,
me duele el paisaje que no veo
del horizonte
enhebro las cenizas de mi tristeza
mientras descalza memorizo
un instante que se consumió
antes de la madrugada
deshojo un amor que perdí
en un llanto y otro y otro
ya no vuelvo a imaginar tu rostro
ni tus manos
enterré tu recuerdo
en una tumba sin nombre
Ritos Íntimos®©
martes, 24 de enero de 2012
GÉNESIS
La luz se resiste a la penetración de las
tinieblas.
Tímidamente descubre el telón de tu mirada
mientras el pezón de la soledad
derrama un insomnio lácteo
a las arrugas de las nubes
que caminan tu cortejo de universo.
El párpado de una sentencia visceral
se corre y deja paso
a la gramática de la austeridad milenaria del amor:
Ningún duende hecho en siete días
reduce el pergamino donde yacen
las cuerdas manuscritas de la música nonata
de aquella niebla que trae añosos y unánimes
pliegues de tu tacto letárgico.
Me arrugo los besos chupados
en lanzas abismales de bocas vacías
y mi corazón enceguecido
brota piedras que se arrojan
a mi cuerpo juzgado por la serpiente de mil voces.
Entonces, mi presencia agónica
retoma los cauces del arco iris
para fecundar la muerte en el vientre de la vida.
Con este poema participo del cuarto Concurso de Poesía de Heptagrama.
sábado, 21 de enero de 2012
Tenía que decirlo:
El corazón se desvive
y mi sangre llora gotas profusas
al agobio de la soledad.
Laten mis angustias por una ausencia
ausencia de cartón y de pan
que rozan la vaguedad de mi sombra.
Tenía que decirlo:
Esta razón inmaculada
me arranca las luces
para lentamente apagarlas.
Entre los escombros de tus ojos
destellan mis sombras.
Ritos Íntimos®©
jueves, 19 de enero de 2012
Mi cordura está maniatada
a los
zarpazos de tu mirada
y mis garras infantiles
no pueden sustraerse a la osadía de tus caricias.
Dedico horas del ocaso
a cruzar el puente de tus poemas
y remar en las aguas tormentosas
de tus palabras.
Tus labios desertan
cuando mis manos atrapan,
entre las huellas de un pasado equivocado,
una lágrima vencida en alguna batalla no olvidada.
Entonces,
el amor se agolpa en las sienes
y el rocío descarga su humedad
en las ráfagas del alma.
Ritos Íntimos®©
lunes, 2 de enero de 2012
Me descubriste.
Rasgaste mis espacios en la intermitencia de los
titileos,
mientras apareaste mi conciencia
con tus palabras plenas.
Y en la cópula feroz
yo fui la culpable atónita de mi propia ceguera.
Y te golpeaste el pecho
exacerbando la duda del verbo apagado,
y develaste el misterio:
Estoy atada a los demonios de tu santuario
y me asumo en vestal pródiga
para no perderte en el estanque de mi desvelo.
Ritos Íntimos®©
domingo, 13 de noviembre de 2011
jueves, 10 de noviembre de 2011
Ritos Íntimos®©
puta
a esa mujer
se le calca
la ciudad en las ojeras
y sus
estrías surcan trenes de sexo
por áridos
parajes comandados por la lujuria
a esa mujer
un príncipe
le hizo el amor en las orejas
y la rescató
de sus fauces con un beso infecto
a esa mujer
las calles le
amamantaron su virginidad
mientras
sucumbía al ayuno voraz de sus ansias
a esa mujer
se le
enumeran las arrugas, se le destiñe la boca
y una baba
de asco le soborna la pasión
cuando no
quiere pero quiere porque tiene hambre
a esa mujer
un cura de
la noche la crucificó en la esquina
y le comulgó
su semen en un derrame de lágrimas
con impuras
constelaciones de humedad
a esa mujer
le
envenenaron de chicle, de frío, de pastizal
y le
desintoxicaron
con neones para
reducir su rostro a una leyenda
a esa mujer
le
escaldaron la lluvia y la sofocaron
con el
coito del pecado
por eso hoy
dios la
convocó
para
encomendarle la cofradía de los demonios
barnizándola
con sudor ajeno
y lamiendo
su rictus en la vagina de las veredas
con un
desvencijado luto flagelado por la cicatriz
que
estigmatizó un dolor sardónico
por un
embrionario deseo
que
fertilizó el santuario púbico
en su lecho
sábado, 24 de septiembre de 2011
SILENCIO
Silencio.
Orgánicamente pido silencio
silencio en mi vida taciturna,
silencio
en augustos comentarios que traen consigo
temblores de orgasmos condenados
a permanecer en el anonimato,
en el cuarto de hotel que encarcela el sigilo
para trocarlo en un relincho amanecido.
Ritos Íntimos®©
domingo, 17 de julio de 2011
sentencia de caracoles
anuncia el laberinto en que la hoguera de mis fuegos
estrangula tu aliento sofocado
mítico de lengua serpiente que gira sobre su ápice
para engullir el sudor rancio de los cuerpos,
afuera lágrimas oceánicas
mastican el polvo de tu ansiedad y la mía
y entumecen la esencia lapidaria del acto
en una confusión orgásmica
profanada por estos espejos
domingo, 3 de julio de 2011
radiante
rasguño erizada la espesura de tu pecho
y escalo la cumbre de mi ardida
indomable
ostentosa
líquida boca de áspid
que rodea y pacta
sella y contiene
humedad de beso
entre la lumbre mordida de tu mano que explora
radical
y firme
hundido mi dedo en el panal de tu flexo
de tu savia
sabia genital
que profana sabiduría
de mis pezones erectos
rasguño erizada la espesura de tu pecho
y escalo la cumbre de mi ardida
indomable
ostentosa
líquida boca de áspid
que rodea y pacta
sella y contiene
humedad de beso
entre la lumbre mordida de tu mano que explora
radical
y firme
hundido mi dedo en el panal de tu flexo
de tu savia
sabia genital
que profana sabiduría
de mis pezones erectos
lunes, 20 de junio de 2011
Una mujer también aprende...
Dejaste escapar tu grito
desde el centro de tu pecho lloroso de espinas
y grabaste en mis oídos tus pasos
caminados tantas veces en el desierto de las lágrimas.
II
Tu sufrimiento fue la misma vasija rota
en mil pedazos informes
que derramó la lluvia cuando atardecía en la vereda
de aquella casa que aún no había sido construida.
Y tu mirada oscurecida
era la misma noche.
Inquietante noche
lóbrega
cenicienta noche
donde dos corazones comenzaban a latir
en un solo embrión de caricias.
III
Y mi desatino,
mi precoz osadía
mi creencia endiosada
cortó el hilo de la cometa que volaba a través
de unas nubes que apenas tocaban
el cielo huidizo,
inventando piruetas en la historia de dos extraños.
En sus cálices,
tu llanto lavó mi extremo
y supe, abiertamente…
supe de qué estabas hecho,
que los hombres
(pese a los conjuros de las igualdades
a las consignas
y a las reglas)
supe que los hombres
hombres de carne y hueso
duelen tanto como cuando se nos nace un hijo
en el laberinto claroscuro de un parto en silencio.
IV
Y pensé, entonces,
que la necedad en la que confiaba
por ser una más de las mujeres dolidas
traicionó mis amaneceres luminosos
donde podía cobijar tus aguas
y convertir aquella vasija
en el cofre de donde surgiera
tu arco iris abrillantado de tristeza.
V
Y volví a saber
a experimentar
a rescatar
el valor de asumir las consecuencias
justo cuando ya no tuve tiempo de recoger tus gotas
y enjugarlas entre las mías.
martes, 10 de mayo de 2011
EL PADRE
Levantó la mano derecha y, con suavidad, hizo la señal de la cruz. Sus dedos, temblorosos por la edad consumida en años de tiempo transcurridos en la carretera de la vida, se unieron en un gesto de oración sincera y reverente. Rezó con los ojos entrecerrados y con una pasión mística que hacía mucho tiempo, exactamente desde que decidió su vida, no experimentaba.
Ante la imagen de Cristo crucificado, se elevó en un éxtasis auténtico y profundo de evocación religiosa. Unas lágrimas confusas y lentas comenzaron a rodar por sus mejillas ajadas. Lentamente fue abriendo los ojos, como si temiera reencontrarse con la realidad. Separó las manos y asió su cabeza con ellas para despejar esos pensamientos que lo sumían en un desasosiego premonitorio de alguna catástrofe cercana. Conocía a fondo sus estados de ánimo y la desesperanza que lo podía obnubilar al punto de entristecer y abandonar la lucha.
Su vejez prematura, ocasionada por los interminables dolores sufridos por él mismo y por los demás, le propinó en muchas ocasiones, heridas que por largo tiempo no cerraron. Conocía los discernimientos de los que entonces eran sus superiores sobre la vida contemplativa y el contacto directo con los hombres. Él estaba lejos de acercarse a los juicios de aquellos. No coincidía con sus fundamentos; por ello, en muchas oportunidades se trabaron en discusiones acaloradas que no llegaron a buen final. Trataban de inculcarle que la autenticidad religiosa versaba en el retiro del mundo y en la ensoñación abstracta de acercarse a Dios sólo por medio de la oración. En cambio, su opinión férrea la defendía a ultranza con hechos concretos y acercándose cada vez más a la gente. Muchos de los ancianos lo reconocían como un rebelde, como un díscolo sacerdote que había equivocado su vocación y lo renegaban con mil actitudes que no se relacionaban, en absoluto, con la doctrina cristiana.
El padre Juan, recio pero confiable, era un hombre que no guardaba para sí sus comentarios. Al contrario, con una ferviente convicción acerca de lo que sostenía, lo hacía oyente de agotadoras sesiones de oratoria grandilocuente, con expresiones relajadas y viriles, como estaba acostumbrado a tratar a la gente de su confianza. Le advertía que si no cambiaba radicalmente su visión parcial de la vida religiosa, esto le traería innumerables conflictos con los dirigentes de su congregación que no querían sino otra cosa que mandarlo lejos, donde sus subjetivas apreciaciones no se mezclaran con la gente común y dócil que acudía a esa diócesis.
Algunos señores poderosos habían empezado a mirar con prevención sus consejos a los pobres y abusados proletarios de la zona y no les gustaba su obstinación por sacarlos de la inercia atrasada en la que estaban inmersos sin posibilidad de evolución humana ni social.
Secó la humedad de su rostro cansado con la yema de los dedos. Miró hacia la mesita rústica colocada a manera de altar. Ella, con la sencillez que la caracterizaba, había preparado el sitio indicado para honrar al Padre. Bordó la carpeta que cubriría la mesa con una ternura indescriptible; decoró con floreritos de cerámica esmaltada los extremos y fabricó con sus propias manos los recipientes que sostendrían las velas. Cerca de los portarretratos, descansaba la insignificante cajita de fósforos. Miró la fotografía gastada. Unas sotanas oscuras casi tocaban la suela de sus sandalias. Sonrió con una aletargada sombra de añoranzas en sus ojos ya viejos. En cada uno de sus brazos, entonces jóvenes y fuertes, sostenía a niños de color, semidesnudos y cubiertos sólo por taparrabos. Con una expresión de cariño desbordante tomó la fotografía y acarició las caritas asustadas por las circunstancias. Se quedó observándolas largo tiempo. Inmediatamente, como si una conciencia ajena a la suya hiciera cataclismos en su interior, sostuvo un llanto cerrado y silencioso. Sus hombros, presas de una súbita sensación de ahogo, se conmocionaron en sacudidas desencajadas.
Entonces, como si fuera ayer, recordó paso por paso, su existencia dedicada al servicio de los que lo necesitaban. Muy joven la vocación sacerdotal llamó a su alma. De un día para el otro, su inquieto corazón de adolescente se volvió misterioso y extraño. Dejó de frecuentar a sus amigos de la infancia, no volvió a conquistar mujeres, ya no durmió con ninguna y buscó refugio en libros de piadosa escritura cristiana. Empezó la lectura minuciosa del libro sagrado, tratando de entender cada palabra que escondía un significado simbólico. Se desconectó de la actividad desmesurada de la ajetreada vida cotidiana. Se recluyó en su habitación y casi con obsesión inició una cadena de oraciones que resultaron su alimento, su sueño, su descanso. Nada lo podía hacer reaccionar frente al mundo real, le dolían los hombres por el solo hecho de serlo, lo entristecían las conductas desaprensivas de las personas, la indiferencia casi inhumana que recorría las calles de su pueblo, la impiedad de la gente lo sofocaba al apunto de extraviarse en acongojados ritos de flagelación y sacrificios crueles por el pecado de no poder hacer nada. Dejó de asistir a las clases de música que tanto le agradaban y que, hasta ese momento había considerado su futuro. Le gustaba la música pop, había crecido al compás de los grandes monstruos mundiales y la adoptó como su fuente inspiradora para los nuevos descubrimientos que hiciera y para las nuevas creaciones. Le gustaba componer letras que hablaran de amor, cantaba al cuerpo femenino y lo sublimaba. Un encanto subyugador atraía a las damas hacia él y podía atraer a su cama a las mujeres más hermosas, hacerlas suyas y olvidarlas, y aún así ellas se sentían plenas de haber estado con ese hombre extremadamente sensible y viril.
Todo lo mundano que había practicado en su corta vida, tanto bueno como malo, lo dejó de lado para empezar a practicar una vida de contemplaciones y abstracciones que en nada condecían con su realidad.
Una noche, en uno de sus delirios clarificadores de confusiones desmedidas que lo iban conduciendo a huecos que no lograba tapar con fervientes oraciones, descubrió que podía contener sus ideas, sombrías hasta entonces en una claridad nítida y transparente, transfiriendo su propia vida a los demás. Determinó, en esa misma oportunidad, que su vocación estaba decidida. Sería sacerdote. Un misionero de la entrega. No pensó mucho. Esa misma noche se lo dijo a sus padres. Ambos, burgueses sobrevivientes de una realidad agobiante, no entendieron sus explicaciones. Hicieron mil preguntas, incluyeron egoístamente, sus sueños de tener algún día, nietos que colmaran su vejez en avance, enumeraron sus inagotables esfuerzos por salir de la mediocridad y haber luchado con denuedo para hacerle estudiar lo que él había optado por propia voluntad. Comprendió, en esa charla, que jamás estarían al alcance de sus ideales más acabados, que no entenderían por más que les diera razones; ellos no habían nacido en esta época. Pertenecían a la generación de aquellos que se habían contentado con el título secundario, el cual no habían obtenido con esmero; consideraron que bastaba para emplearse en un banco, una casa de comercio o vender seguros. Una opacidad indiferente había rellenado sus existencias, las había relegado al rincón de la conformidad y la apatía. Sus quimeras no iban más allá de tener un auto nuevo en la puerta de una casa comprada a hipoteca. Sus sueños se contentaban con tener hijos, llevar a sus mujeres de vacaciones a algún centro turístico renombrado y algún tiempo después, sacar a pasear los nietos.
¿Cómo podía él intentar dilucidar las enmarañadas confusiones de su mente con palabras? Dos seres simples y extremadamente cotidianos, con aspiraciones vulgares, que nunca se preguntaron acerca de los terribles y oscuros acechos del hombre a la humanidad toda. ¿Cómo podía instruirlos y aclararles su pensamiento materialista, cuando eran parte de ese individualismo obsecuente con el hombre por el hombre mismo?
Se habían conformado con encontrarse, ni siquiera se habían preguntado si se amaban o si su matrimonio era sólo la consecuencia perfecta de lo que se habían propuesto, demarcando pautas, reglas de convivencia, encuentros indiferentes de pasión circunstancial, sin ansias para mantener en constante vilo y misterio la relación de afecto que los unía. Un cariño amistoso y sereno que no estaba dispuesto a repetir.
Cuando se fue de la casa, creyeron morirse. Entonces, él llegó a la conclusión tácita de que ese mundo de ficción que habían construido se vendría inevitablemente abajo. El único soporte que lo sostenía era él. Pero no estaba dispuesto a sacrificar su voluntad por ellos. Nada detendría su resolución y tal vez, algún día, la sensibilidad los despertara y lo entendieran. Reconocerían quizás, que su existencia única e individual era el principio y fin de cada uno. Que no se vivía para o por alguien y que los hijos no eran el paño de lágrimas de viejos y descoloridos recuerdos. Pero ya no estaría allí para verlo. Su destino iba hacia otros rumbos que no se acercaban a la sofocante mediocridad, pero sí a la trascendencia personal.
Su actitud perturbadora e incitadora de una nueva conciencia entre los ciudadanos de villas y barrios carentes, fue motivo para que lo relevaran de su capilla humilde y laboriosa en actividades solidarias y lo trasladaran cuan lejos se pudo. Sin dudas, donde nadie pudiera cuestionarse, simplemente porque sus condiciones humanas no se lo permitirían y su pensamiento de avanzado estilo existencial no repercutiría en sus razonamientos. Pensó que todo lo que le quedaba de tiempo viviría allí. Entre niños desnutridos y muertos en vida por una hambruna constante e inacabable. Entre enfermos infectados por las más ignoradas afecciones que no tenían cura. Su corazón, en vez de fortalecerse y buscar refugio en la omnipotencia divina, comenzó a deteriorarse y a decaer en depresiones mórbidas.
Ya no encontraba refugio en sus oraciones, ya no sentía las mismas ansias de transformar el mundo ni de soslayar la enajenación de las personas con rituales ni con rezos. La vida misma, en su forma más acabada de primitivismo y salvaje ostentación de precariedad, le revelaba con puñales de egoísmo, que sólo era un hombre más. Volvió a ser sólo un muchacho que soñaba con volver a la protección y cuidados desmedidos maternales. Deseó volver a tocar su vieja guitarra, a frecuentar sus amistades de la infancia, a recorrer las calles de la mano de alguna novia y sin ningún apuro sólo vivir.
Los unía el mismo objetivo, en canales diferentes. Una resuelta inclinación hacia la asistencia y defensa de los que más sufren la condujeron a estudiar medicina y a solicitar una beca, a través de organismos internacionales no gubernamentales para auxiliar a las poblaciones que sufrían los estragos de la miseria más profusa. Toda su juventud la entregó a cumplir sus ilusiones y deseos de solidaridad excesiva.
Se encontraron en esa población desamparada de aquel país desolado, sin cuidados de ninguna especie, abandonados a la desidia y al autosuicidio colectivo, un genocidio patético y desgarrador. Ninguno de los dos se sobrepondría jamás al arbitrio de la deshumanización. Sin embargo, supieron que juntos recuperarían parte de sus personas. Los dos, solos y atribulados por las presiones de vidas inmoladas por la subsistencia al dolor ajeno, se descubrieron en los ojos insondables y agotados del otro.
Un sacerdote deslucido y profundamente desconsolado descubrió de nuevo a un joven intenso. Ansioso por encontrarse a sí mismo, tras las pausas de desesperación que le otorgaban sus horas de desprendimiento vital, recorrió su cuerpo virgen en una noche de debilidad humana y de extrema calidad espiritual. Desde entonces, supo que un nuevo destino le había preparado Aquel al que en tantas noches de soledad enrarecida había sentido ausente. Percibió en la distancia que aquellas palabras premonitorias del padre Juan habían sabido conocer el alma del hombre y habían prevenido al sacerdote de sus posibilidades de pecado mortal. Su espíritu inquieto, sin dudas lo llevaría a cometerlos, ya que se cuestionaba sobre todo su propia misión en la tierra. Si su cuerpo lo llevaba hacia los límites del deseo, caería en la más prominente de las injusticias en contra de Dios. Debería afrontar las escondidas fuerzas del mal y aprender a sobrellevar con fortaleza las pruebas que le presentara. Mucho tiempo después, ya cuando la falta estuvo irremediablemente concretada, sus pensamientos divagaron por el temor de un castigo atroz por sus flaquezas. Tanta miseria espiritual volvía a hacer eco en su desesperación y volvía a temer el rechazo de Dios.
Se tomó la cara con las dos manos, ya las lágrimas se habían secado y el consuelo de una provisoria paz interior le daba energías para seguir. En aquel valle de aflicción, el calvario se hacía más denso y laceraba esta vez en la carne propia.
Lentamente caminó, encorvado por el cansancio hacia la habitación de su único hijo quien agonizaba en una juventud semejante a la de los que había ayudado a salvarse.
La crueldad del Dios de antes resurgía como en las películas que había visto siendo niño. Amenazante y recio, demostraba en su primogénito el brutal enojo por su alejamiento. Recordó las palabras del padre Juan nuevamente y entonces lo supo. Era Él y sólo Él quien manejaba el destino de los hombres y tenía algunas deudas que no podría cancelar.
Una vez más, el Dios Juez le inmolaba sus miserias humanas para ponerlo a prueba, mientras su alma endeble huía despavorida hacia los precipicios mortales.
Mónica Griolio
de Historias al borde el abismo
Ed. Dante. Mérida, Yucatán, México, 2002.
Ante la imagen de Cristo crucificado, se elevó en un éxtasis auténtico y profundo de evocación religiosa. Unas lágrimas confusas y lentas comenzaron a rodar por sus mejillas ajadas. Lentamente fue abriendo los ojos, como si temiera reencontrarse con la realidad. Separó las manos y asió su cabeza con ellas para despejar esos pensamientos que lo sumían en un desasosiego premonitorio de alguna catástrofe cercana. Conocía a fondo sus estados de ánimo y la desesperanza que lo podía obnubilar al punto de entristecer y abandonar la lucha.
Su vejez prematura, ocasionada por los interminables dolores sufridos por él mismo y por los demás, le propinó en muchas ocasiones, heridas que por largo tiempo no cerraron. Conocía los discernimientos de los que entonces eran sus superiores sobre la vida contemplativa y el contacto directo con los hombres. Él estaba lejos de acercarse a los juicios de aquellos. No coincidía con sus fundamentos; por ello, en muchas oportunidades se trabaron en discusiones acaloradas que no llegaron a buen final. Trataban de inculcarle que la autenticidad religiosa versaba en el retiro del mundo y en la ensoñación abstracta de acercarse a Dios sólo por medio de la oración. En cambio, su opinión férrea la defendía a ultranza con hechos concretos y acercándose cada vez más a la gente. Muchos de los ancianos lo reconocían como un rebelde, como un díscolo sacerdote que había equivocado su vocación y lo renegaban con mil actitudes que no se relacionaban, en absoluto, con la doctrina cristiana.
El padre Juan, recio pero confiable, era un hombre que no guardaba para sí sus comentarios. Al contrario, con una ferviente convicción acerca de lo que sostenía, lo hacía oyente de agotadoras sesiones de oratoria grandilocuente, con expresiones relajadas y viriles, como estaba acostumbrado a tratar a la gente de su confianza. Le advertía que si no cambiaba radicalmente su visión parcial de la vida religiosa, esto le traería innumerables conflictos con los dirigentes de su congregación que no querían sino otra cosa que mandarlo lejos, donde sus subjetivas apreciaciones no se mezclaran con la gente común y dócil que acudía a esa diócesis.
Algunos señores poderosos habían empezado a mirar con prevención sus consejos a los pobres y abusados proletarios de la zona y no les gustaba su obstinación por sacarlos de la inercia atrasada en la que estaban inmersos sin posibilidad de evolución humana ni social.
Secó la humedad de su rostro cansado con la yema de los dedos. Miró hacia la mesita rústica colocada a manera de altar. Ella, con la sencillez que la caracterizaba, había preparado el sitio indicado para honrar al Padre. Bordó la carpeta que cubriría la mesa con una ternura indescriptible; decoró con floreritos de cerámica esmaltada los extremos y fabricó con sus propias manos los recipientes que sostendrían las velas. Cerca de los portarretratos, descansaba la insignificante cajita de fósforos. Miró la fotografía gastada. Unas sotanas oscuras casi tocaban la suela de sus sandalias. Sonrió con una aletargada sombra de añoranzas en sus ojos ya viejos. En cada uno de sus brazos, entonces jóvenes y fuertes, sostenía a niños de color, semidesnudos y cubiertos sólo por taparrabos. Con una expresión de cariño desbordante tomó la fotografía y acarició las caritas asustadas por las circunstancias. Se quedó observándolas largo tiempo. Inmediatamente, como si una conciencia ajena a la suya hiciera cataclismos en su interior, sostuvo un llanto cerrado y silencioso. Sus hombros, presas de una súbita sensación de ahogo, se conmocionaron en sacudidas desencajadas.
Entonces, como si fuera ayer, recordó paso por paso, su existencia dedicada al servicio de los que lo necesitaban. Muy joven la vocación sacerdotal llamó a su alma. De un día para el otro, su inquieto corazón de adolescente se volvió misterioso y extraño. Dejó de frecuentar a sus amigos de la infancia, no volvió a conquistar mujeres, ya no durmió con ninguna y buscó refugio en libros de piadosa escritura cristiana. Empezó la lectura minuciosa del libro sagrado, tratando de entender cada palabra que escondía un significado simbólico. Se desconectó de la actividad desmesurada de la ajetreada vida cotidiana. Se recluyó en su habitación y casi con obsesión inició una cadena de oraciones que resultaron su alimento, su sueño, su descanso. Nada lo podía hacer reaccionar frente al mundo real, le dolían los hombres por el solo hecho de serlo, lo entristecían las conductas desaprensivas de las personas, la indiferencia casi inhumana que recorría las calles de su pueblo, la impiedad de la gente lo sofocaba al apunto de extraviarse en acongojados ritos de flagelación y sacrificios crueles por el pecado de no poder hacer nada. Dejó de asistir a las clases de música que tanto le agradaban y que, hasta ese momento había considerado su futuro. Le gustaba la música pop, había crecido al compás de los grandes monstruos mundiales y la adoptó como su fuente inspiradora para los nuevos descubrimientos que hiciera y para las nuevas creaciones. Le gustaba componer letras que hablaran de amor, cantaba al cuerpo femenino y lo sublimaba. Un encanto subyugador atraía a las damas hacia él y podía atraer a su cama a las mujeres más hermosas, hacerlas suyas y olvidarlas, y aún así ellas se sentían plenas de haber estado con ese hombre extremadamente sensible y viril.
Todo lo mundano que había practicado en su corta vida, tanto bueno como malo, lo dejó de lado para empezar a practicar una vida de contemplaciones y abstracciones que en nada condecían con su realidad.
Una noche, en uno de sus delirios clarificadores de confusiones desmedidas que lo iban conduciendo a huecos que no lograba tapar con fervientes oraciones, descubrió que podía contener sus ideas, sombrías hasta entonces en una claridad nítida y transparente, transfiriendo su propia vida a los demás. Determinó, en esa misma oportunidad, que su vocación estaba decidida. Sería sacerdote. Un misionero de la entrega. No pensó mucho. Esa misma noche se lo dijo a sus padres. Ambos, burgueses sobrevivientes de una realidad agobiante, no entendieron sus explicaciones. Hicieron mil preguntas, incluyeron egoístamente, sus sueños de tener algún día, nietos que colmaran su vejez en avance, enumeraron sus inagotables esfuerzos por salir de la mediocridad y haber luchado con denuedo para hacerle estudiar lo que él había optado por propia voluntad. Comprendió, en esa charla, que jamás estarían al alcance de sus ideales más acabados, que no entenderían por más que les diera razones; ellos no habían nacido en esta época. Pertenecían a la generación de aquellos que se habían contentado con el título secundario, el cual no habían obtenido con esmero; consideraron que bastaba para emplearse en un banco, una casa de comercio o vender seguros. Una opacidad indiferente había rellenado sus existencias, las había relegado al rincón de la conformidad y la apatía. Sus quimeras no iban más allá de tener un auto nuevo en la puerta de una casa comprada a hipoteca. Sus sueños se contentaban con tener hijos, llevar a sus mujeres de vacaciones a algún centro turístico renombrado y algún tiempo después, sacar a pasear los nietos.
¿Cómo podía él intentar dilucidar las enmarañadas confusiones de su mente con palabras? Dos seres simples y extremadamente cotidianos, con aspiraciones vulgares, que nunca se preguntaron acerca de los terribles y oscuros acechos del hombre a la humanidad toda. ¿Cómo podía instruirlos y aclararles su pensamiento materialista, cuando eran parte de ese individualismo obsecuente con el hombre por el hombre mismo?
Se habían conformado con encontrarse, ni siquiera se habían preguntado si se amaban o si su matrimonio era sólo la consecuencia perfecta de lo que se habían propuesto, demarcando pautas, reglas de convivencia, encuentros indiferentes de pasión circunstancial, sin ansias para mantener en constante vilo y misterio la relación de afecto que los unía. Un cariño amistoso y sereno que no estaba dispuesto a repetir.
Cuando se fue de la casa, creyeron morirse. Entonces, él llegó a la conclusión tácita de que ese mundo de ficción que habían construido se vendría inevitablemente abajo. El único soporte que lo sostenía era él. Pero no estaba dispuesto a sacrificar su voluntad por ellos. Nada detendría su resolución y tal vez, algún día, la sensibilidad los despertara y lo entendieran. Reconocerían quizás, que su existencia única e individual era el principio y fin de cada uno. Que no se vivía para o por alguien y que los hijos no eran el paño de lágrimas de viejos y descoloridos recuerdos. Pero ya no estaría allí para verlo. Su destino iba hacia otros rumbos que no se acercaban a la sofocante mediocridad, pero sí a la trascendencia personal.
Su actitud perturbadora e incitadora de una nueva conciencia entre los ciudadanos de villas y barrios carentes, fue motivo para que lo relevaran de su capilla humilde y laboriosa en actividades solidarias y lo trasladaran cuan lejos se pudo. Sin dudas, donde nadie pudiera cuestionarse, simplemente porque sus condiciones humanas no se lo permitirían y su pensamiento de avanzado estilo existencial no repercutiría en sus razonamientos. Pensó que todo lo que le quedaba de tiempo viviría allí. Entre niños desnutridos y muertos en vida por una hambruna constante e inacabable. Entre enfermos infectados por las más ignoradas afecciones que no tenían cura. Su corazón, en vez de fortalecerse y buscar refugio en la omnipotencia divina, comenzó a deteriorarse y a decaer en depresiones mórbidas.
Ya no encontraba refugio en sus oraciones, ya no sentía las mismas ansias de transformar el mundo ni de soslayar la enajenación de las personas con rituales ni con rezos. La vida misma, en su forma más acabada de primitivismo y salvaje ostentación de precariedad, le revelaba con puñales de egoísmo, que sólo era un hombre más. Volvió a ser sólo un muchacho que soñaba con volver a la protección y cuidados desmedidos maternales. Deseó volver a tocar su vieja guitarra, a frecuentar sus amistades de la infancia, a recorrer las calles de la mano de alguna novia y sin ningún apuro sólo vivir.
Los unía el mismo objetivo, en canales diferentes. Una resuelta inclinación hacia la asistencia y defensa de los que más sufren la condujeron a estudiar medicina y a solicitar una beca, a través de organismos internacionales no gubernamentales para auxiliar a las poblaciones que sufrían los estragos de la miseria más profusa. Toda su juventud la entregó a cumplir sus ilusiones y deseos de solidaridad excesiva.
Se encontraron en esa población desamparada de aquel país desolado, sin cuidados de ninguna especie, abandonados a la desidia y al autosuicidio colectivo, un genocidio patético y desgarrador. Ninguno de los dos se sobrepondría jamás al arbitrio de la deshumanización. Sin embargo, supieron que juntos recuperarían parte de sus personas. Los dos, solos y atribulados por las presiones de vidas inmoladas por la subsistencia al dolor ajeno, se descubrieron en los ojos insondables y agotados del otro.
Un sacerdote deslucido y profundamente desconsolado descubrió de nuevo a un joven intenso. Ansioso por encontrarse a sí mismo, tras las pausas de desesperación que le otorgaban sus horas de desprendimiento vital, recorrió su cuerpo virgen en una noche de debilidad humana y de extrema calidad espiritual. Desde entonces, supo que un nuevo destino le había preparado Aquel al que en tantas noches de soledad enrarecida había sentido ausente. Percibió en la distancia que aquellas palabras premonitorias del padre Juan habían sabido conocer el alma del hombre y habían prevenido al sacerdote de sus posibilidades de pecado mortal. Su espíritu inquieto, sin dudas lo llevaría a cometerlos, ya que se cuestionaba sobre todo su propia misión en la tierra. Si su cuerpo lo llevaba hacia los límites del deseo, caería en la más prominente de las injusticias en contra de Dios. Debería afrontar las escondidas fuerzas del mal y aprender a sobrellevar con fortaleza las pruebas que le presentara. Mucho tiempo después, ya cuando la falta estuvo irremediablemente concretada, sus pensamientos divagaron por el temor de un castigo atroz por sus flaquezas. Tanta miseria espiritual volvía a hacer eco en su desesperación y volvía a temer el rechazo de Dios.
Se tomó la cara con las dos manos, ya las lágrimas se habían secado y el consuelo de una provisoria paz interior le daba energías para seguir. En aquel valle de aflicción, el calvario se hacía más denso y laceraba esta vez en la carne propia.
Lentamente caminó, encorvado por el cansancio hacia la habitación de su único hijo quien agonizaba en una juventud semejante a la de los que había ayudado a salvarse.
La crueldad del Dios de antes resurgía como en las películas que había visto siendo niño. Amenazante y recio, demostraba en su primogénito el brutal enojo por su alejamiento. Recordó las palabras del padre Juan nuevamente y entonces lo supo. Era Él y sólo Él quien manejaba el destino de los hombres y tenía algunas deudas que no podría cancelar.
Una vez más, el Dios Juez le inmolaba sus miserias humanas para ponerlo a prueba, mientras su alma endeble huía despavorida hacia los precipicios mortales.
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